El largo
discutir, el ánimo por los pies y un mantra para enfriar la furia me hizo
recapacitar que, seguramente, no sería el inventor de la pólvora, que estos
problemas domésticos eran universales y atravesaban las eras desde que el mono
quiso a la mona. Por eso revisé lo más granado de la biblioteca en busca de
respuestas.
Los más
antiguos clásicos resultaron una decepción, no trataban sobre qué hacer con los
parientes y tenían algunos pasajes notables por lo excitantes. Homero, por
ejemplo, trataba de esas noches frías frente a Troya de Aquiles con Patroclo;
Dante describía con detalles el círculo dedicado a los penitentes de la lujuria
y, Plinio (el viejo), describía el ardid de Pasifae con el que fue concebido el
Minotauro al yacer el toro con ella.
Probé
entonces con Cervantes. Sin resultado. Quizás por loco, con su Quijote extrañamente
cómico e íntimamente triste. Más adelante, al manco le faltó aquella mano para
atender a las “Dulcineas” que buscaban su escasa fortuna. Con Borges no me fue
mejor por oscuro y ciego consecuente.
Sobrevolé
tratados de psiquiatría, mas mi filosofía se basa tercamente en el síndrome de
Diógenes (el que vivía desnudo en un tonel y buscaba, en pleno día con una
lámpara, a un hombre honesto) para demostrar que cualquier acción perturba la
meditación y, por ende, no se debe limpiar en exceso; si se trabaja, que sea un
descuido y si se viste, un lienzo es mucho.
No creo
en la magia. De modo que fue mi desesperación la que encontró a Shakespeare. Si
el más grande escritor de todos los tiempos no trataba el problema, me sentiría
desamparado. Conocía las obras más
famosas, pero lo extenso de las que me faltaban leer me amilanó y le pregunté
al Sr. Google por ellas. Sin embargo, éste contesta más de lo que se le
pregunta y me llenó de dudas. De autor tan famoso no hay retratos verosímiles ni
obras firmadas. Quedé devastado y mientras, obnubilado, buscaba alternativas,
Plinio (el joven), ese hijo imaginario me advertía en el ensueño que había un
señor esperando en la puerta con vestimentas extrañas y una pluma chorreante de
tinta.
Como mis
sueños son premonitorios o representan una lucha de ideas, abrí de inmediato. Un
ser, vestido a la moda del siglo XVI, me miró detrás de una máscara que no me
impidió reconocer a Shakespeare que esperaba mientras la pluma manchaba la vereda.
Fue una sorpresa
por la coincidencia. Con respeto lo hice pasar y le mostré los muchos y
desparramados libros abiertos. Haciéndole lugar, le expliqué la discusión con
mi consorte sobre los problemas en las relaciones entre padres e hijos (políticos
o carnales).
Adiviné la perplejidad en los ojos tras el antifaz
y luego de un largo suspiro, la confesión. Con escritos y obras teatrales había
intentado dar con el norte del problema y así difundir su solución. Trató de
arreglar las cosas entre Montescos y Capuletos con el triste resultado del
suicidio de Romeo y Julieta.
Empeoró
con Hamlet quien atravesó con su espada a su futuro suegro, Polonio. Mientras
se hacía el loco tras las polleras de Ofelia cuando el espectro de su padre
asesinado le reclamó venganza ¿Ser o no ser? He aquí el problema, le preguntó en
aquel tiempo a la calavera del juglar y éste, jugando, le hace esperar aún la
respuesta.
Se dijo entonces
que con un amor como el del moro de Venecia podría explicarlo, no obstante lo
sorprendió la magnitud de los celos y también terminaron ella asesinada y el
quitándose la vida.
En un
hilo de voz resumió el drama de Antonio y Cleopatra, donde Antonio muere por su mano atravesado por
la espada en el regazo de la reina quien, no quiere sufrir la vergüenza de
figurar en el triunfo de Octavio y decide truncar su existencia con la mortal
mordedura de un áspid.
Se
sintió manchado por la sangre de sus obras y, con esa lacra, nada pudo lograr
para ayudar a las generaciones posteriores. Apenado, se transformó otra vez en
espectro y con los hombros gachos se despidió deseándome encontrara la
solución.
Abatido
cerré la puerta tras él y, al seguir soñando, pude ver cada veta de la madera
como si fuera una familia que reunidas formaban la abertura. No existía una
solución mágica ni pacífica. El mundo ha tenido y tiene al menos dos fechas en
discordia, civiles o religiosas. Es un abismo que solo puede ser cruzado con
amor y mucha…, mucha paciencia.
Carlos
Caro
Paraná,
14 de diciembre de 2016
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