Con
ahínco y sin una palabra de nuestra necesidad, preparamos la casa para el
ataque. El trabajo pesado, de plomería digamos…, lo hizo ¡Ella! Tan versátil es
mi compañera, un día Profesora y al siguiente jardinera, ama de llaves,
cocinera, reina de ajedrez o hechicera. Por mi parte planifico, doy
instrucciones vanas, hablo mucho por teléfono y me escondo detrás de la laptop.
La “caballería
rusticana” nos desafía en dos frentes. Desde las antípodas del norte llegan
hija, yerno, la actriz más joven de Disney, Lucía y su réplica más pequeña pero
que con el encanto de su simpatía atrapa
la atención. Único nieto varón, Tomás, con una mezcla de druida irlandés y de
futuro gigante teutón como el padre, siguió un curso acelerado de castellano.
Hasta
esta crónica tenemos: belo y bela, mama y daddy (sin acentos) de obvias y
cariñosas connotaciones; Iaia por Lucía, eche por leche y un ¡Ball! (en inglés) por pelota
que delata al juego preferido del padre. Aparte desarrolla todo un lenguaje
corporal y de medias palabras inasequibles. Termina sus recursos con cuatro
tipos de “lloros” inconfundibles y que llevan a la demencia: el de hambre, el
de dolor o molestia, el “mamitero” y el destructor berrinche de enojo.
La otra
“hueste” (hijo y esposa viven a seis cuadras no más) que aunque más joven en
edad, ha sido la más querendona y de noviazgo más largo, nos ha dado,
recientemente, una nieta más pequeña y tranquila, a la que sorpresivamente
llamaron Robertina. Sí, Robertina. Suponemos que eligieron el nombre como un antónimo
femenino de los listados eclesiásticos del siglo XVI o como invocación a la
guarda de un ángel ansioso, por lo desconocido de su existencia.
Teníamos
desguarnecido el flanco de Santa Fe por la firme decisión de mi suegra de
dejarse traer recién la tarde de Navidad y la promesa de retornarla, sin falta,
la tarde siguiente. Pese a los años de novios y de casados, no he aprendido a
entender a mi mujer ni a su madre. La mañana del 24 las risas de los de bisnietos
golpearon su corazón y con resignación, partió la delegación en su búsqueda.
Excepto
por la fiebre de Tomás la cena se desarrolló a toda masticación. Pero los repetidos
anuncios anti alcoholemia abortaron los paseos por la rutilante costanera y este
humilde escriba, que se retiró antes engarfiado a su lápiz y anotador, solo
puede atestiguar lo siguiente.
Deja
constancia de haber oído, tras las cortinas del dormitorio a la terraza: estallidos
artificiales, los ¡allá! y ¡aquí!, de sus padres, gritos de susto, risas
desbocadas por los nervios, y entusiasmo sin fin.
Vinieron
gotas de agua a apagar tanto fuego. Las gotas se hicieron racimos y llegó la
lluvia desde nubes que oscurecieron las estrellas y la luna. El pandemonio fue completo
y la huida en pos de refugio, general. Los rayos y relámpagos anunciaban
cercanos trallazos o lejanos, profundos y graves truenos. La furia desató su
locura que, en aumento derramó el diluvio, no se recordaba otro fenómeno así.
El agua corrió por avenidas y calles, donde pudo inundar lo hizo y lo que pudo
llevar también. Socavó, empujó y destruyó partes que la ciudad, orgullosa,
pensó había conquistado y demostró así al hombre su ínfima influencia.
Al día
siguiente lo inesperado, la fiebre de Tomás se había extendido a los demás y
provocaba la perdida de todas las dispendiosas exquisiteces comidas y bebidas.
Quizás
con ese gesto, Él ha querido disipar hasta la última angustia del 2016 que, por
bisiesto ha sido nefasto y de ese modo nos entrega el regalo de tres años fuera
de este valle de lágrimas, hasta que el calendario marque, inflexible, el
comienzo del cuarto.
Carlos
Caro
Paraná,
28 de diciembre de 2016
Descargar
PDF: http://cort.as/r2N2
No hay comentarios.:
Publicar un comentario